Hola,
La Revelación de Qumrán se está manteniendo en la primeras plazas, esta semana ha estado oscilando entre la octava y la novena, y eso siempre es motivo de satisfacción. Esperemos tener continuidad. Ahora sólo falta empezar a vender en el mercado americano y esperar a ver si alguna editorial se interesa por publicar la novela en papel. Es cuestión de tiempo y perseverancia. Os dejo el tercer fragmento, recordad que si es la primera vez que entráis, las otras partes van de la entrada más antigua a la más reciente. Sed buenos conmigo!!! ;).
(...Continuación)
(...Continuación)
Después
de aquel rápido análisis decidió buscar a la mujer. Echó un vistazo y detectó
la cabellera rubia que se dirigía a la barra. La reconoció por su peculiar
gabardina gris perla. Antes de ir tras ella, volvió a mirar la fotografía que
llevaba en la cartera. También existía la posibilidad de que hubiera seguido a
la persona equivocada; tenía que asegurarse. Una
vez comprobado, intentó aproximarse disimuladamente hasta donde se había
situado ella y pidió a la camarera:
—Un
whisky con hielo, por favor —y se giró hacia donde estaba la sospechosa—. Hola,
parece que esto está muy concurrido, ¿no?
Entonces
ella se volvió hacia él y le dijo con simpatía:
—¡Uf!,
desde luego que sí, y como no me desprenda rápidamente de la gabardina me voy a
asfixiar de calor.
Él
se quedó estupefacto. «¡Pero qué guapa
es!», pensó, «desde luego, no
cabe duda de que es la chica de la fotografía, aunque la foto la desfavorece
notablemente».
—¿Qué pasa, te has quedado sin
lengua? —rió la chica.
—No,
no, perdona —consiguió balbucear— lo que pasa es que nunca había visto
semejante belleza, al menos en el mundo real...
—¡Ja,
ja, ja! Desde luego, eres un encanto; eso por no hablar de la aguda percepción
que tienes de la realidad, ¡ja, ja, ja! —continuó riendo en medio del alboroto.
—¿Cómo
te llamas? —Oscar intentó recuperar la compostura.
—Helena.
¿Y tú?
—Oscar.
¿Vienes mucho por aquí?
—Sí,
suelo venir con frecuencia. Me gusta mucho este local. Eso sí, lo que no me
gusta tanto es el tipo de gente que suele venir. Pero a ti no te había visto
nunca. ¿Eres de la ciudad?
—Sí,
lo que pasa es que salgo poco, pero viéndote me lo tendré que plantear...
Helena
se quitó la gabardina, para lucir una figura que ni mucho menos se hubiera
podido apreciar con ella puesta. Su suave vestido rojo le marcaba cada curva,
las tiras del vestido dejaban ver unos hombros suaves. Su piel, ligeramente bronceada, hacía juego con su melena rubia, que le
caía como una cascada de rayos de luz sobre el escote de la espalda. Este le llegaba
casi hasta la cintura, y permitía entrever que no llevaba sujetador. Aun así,
tenía los senos erguidos bajo una tela que dejaba ver unos pezones bien
definidos.
—¡Joooooooooder
—susurró— pero qué mujer!
—¿Perdona,
has dicho algo?
—No,
no, qué va... —se apresuró a rectificar Oscar y pensó: «Desde luego, sí tengo
que vigilar a esta mujer. No me separo de ella ni borracho»—. ¿Tú también eres
de aquí?
—No,
soy de Barcelona. Hace unos meses me trasladé a vivir a Girona.
—¿Quieres
que vayamos a otro sitio más tranquilo para poder hablar mejor?
—Bueno, aunque no podré
quedarme hasta muy tarde.
—De
acuerdo. ¿Mañana tienes que madrugar?
—Sí,
tengo que hacer unas cuantas gestiones. Por cierto, ¿ya sabes a qué lugar
iremos?
—Conozco
un bar que está aquí cerca y que es muy íntimo y tranquilo. Así podremos ir
dando un paseo.
—Vale,
¿a qué esperamos?
—A
nada. Tú primero, por favor.
«¡Pero qué coño estás haciendo, Oscar!»,
gritaba su mente, «es una sospechosa a la cual estás vigilando y
encima te la quieres ligar... ¡Estás loco!».
—A
la mierda —acalló a su conciencia en voz alta.
—Perdona,
¿decías algo, Oscar? —preguntó Helena, girándose.
—¿Eh?
¡Ah!, no, no, solo saludé a una persona.
Entre
apretujones consiguieron llegar a la salida del pub. Una vez fuera, la brisa de
la noche húmeda les golpeó en la cara y llenó de aire los pulmones.
—¡Ahhhhh!
Qué alivio respirar estas suaves fragancias nocturnas —suspiró Helena.
«A ti sí que te olería toda».
—Sí,
es cierto, estos aromas parecen despertar después de la lluvia —corroboró en
voz alta.
—¡Brrrrrr!
Qué frío hace, será mejor que me ponga la gabardina. Bien, ¿a dónde tenemos que
ir?
—Dame
la mano, no te vayas a perder —rió Oscar.
Empezaron
a caminar. La libido del joven detective estaba subiendo por momentos, y el contacto
con ella no ayudaba a calmarla. Pasaban por debajo de las luces de las farolas,
y él sentía cada vez más fuertes los impulsos de besarla. Le costaba mucho
contenerse, hasta que de golpe la miró fijamente y se disculpó:
—Lo
siento, Helena.
—¿Eh?
Qué sient... —empezó a decir.
—¡Mmmmm!
—fue todo el ruidito que consiguió emitir con la boca de Oscar sobre la suya.
Lo
que empezó con un suave beso, continuó con otro cada vez más apasionado. Helena
reaccionó, y en contra de lo que había pensado Oscar, que era que le pegaría un
tortazo que le dejaría la mano marcada, se encontró con su lengua surcando su
boca. Fue así hasta que recobraron la conciencia de dónde se encontraban, ya
que la poca gente que pasaba se quedaba mirando y vitoreándoles.
—Ejemmm
—carraspeó Oscar mirando a su alrededor—. Perdóname, pero es que... ¡Mmmm!
Esta
vez fue Helena la que no le dejó acabar la frase al abalanzarse a sus labios.
—¿Querías
decir algo, Oscar? —susurró.
—Sí,
que no suelo hacer estas cosas, pero... ¡Joder, cómo me pones!
—Yo
tampoco las hago, no me malinterpretes —y luego musitó a su oído—: ¿Quieres que
vayamos a mi casa?
Oscar,
sorprendido, la examinó. Sus caras estaban a pocos centímetros. Podía sentir su
respiración entrecortada por la excitación y oler su perfume femenino. Podía
ver aquellos ojos de color miel con las pupilas tan dilatadas, los labios
carnosos que cubrían las hileras bien formadas de sus dientes. Podía percibir
el rápido latir de su corazón, y también podía percibir bajo sus tejanos la
opresión de algo que le decía que hacía demasiado tiempo que no intimaba con
una mujer. Al igual que su maldita voz de la conciencia, que le martilleaba con
insistencia en la cabeza recalcándole la locura que estaba cometiendo.
—Sí.
¿Está muy lejos?
—No,
está aquí, en la Plaza de la Independencia. Es un ático —aclaró la rubia.
—Vamos,
no perdamos más tiempo —urgió Oscar.
Cogidos
de la mano caminaron en silencio hasta llegar a la puerta de la vivienda, donde
no se pudieron contener más, dando rienda suelta a sus pasiones mientras Helena
intentaba dar con la llave en la cerradura. Una vez conseguido, entraron a
trompicones. Oscar se detuvo, tomó entre sus manos la cabeza de Helena y fijó
sus ojos en los de ella.
—Eres
la mujer más atractiva que he conocido jamás.
Entonces,
despacio, la empezó a besar. Primero los párpados, después desde el lóbulo de
su oreja hasta la comisura de los labios. Su ternura hacía que ella suspirara
entrecortadamente. Tenía la cabeza echada hacia atrás, con los ojos cerrados y
la boca entreabierta. Él la miraba, acariciaba con sus manos la faz de un
ángel. Y continuó besando, recorriendo el cuello milimétricamente...
Sus
manos descendieron de su cara a los hombros, deslizaron las tiras de su vestido
para que este cayera al suelo. La volvió a observar. Su cuerpo estaba temblando
de excitación. Sus ojos continuaban cerrados. Sus pechos cálidos se movían al
compás de la respiración. Su vientre era liso y sus caderas le daban la forma
de la diosa del placer. Llevaba un tanga, de color rojo, igual que el vestido.
«Dios existe», se reafirmó
interiormente.
La
volvió a besar desde donde lo había dejado y continuó bajando... hasta
detenerse en los senos. Su lengua jugueteaba con los pezones endurecidos,
mientras sus manos los acariciaban con suma delicadeza. Continuó con su placentero
y húmedo peregrinaje, pasando por el centro de su ser en su recorrido hasta
llegar a la ropa interior, que fue bajando
con ternura mientras iba besando todo el entorno del ombligo. Así hasta que ya
no quedó nada más sobre su piel.
Y
allí estaban los dos, sudorosos, de pie en medio de la sala de estar. Ella
desnuda, él con toda la ropa puesta. Entonces fue cuando Helena abrió los ojos
y empezó a desabrochar el cinturón de Oscar. Sus manos se movían hábilmente
desabotonando sus Levi´s descoloridos. Notaba una presión contra los tejanos
que no podía pasar desapercibida de ninguna manera. Luego empezó a acariciar su pectoral velludo por debajo de la camiseta.
Notaba todos los músculos en tensión, duros como piedras. Cogió la camiseta y la fue subiendo hasta que se
la quitó completamente. Sus dedos no dejaban de recorrer aquel cuerpo moldeado
por horas en los gimnasios. Su
próxima parada fueron sus botas, se las quitó y volvió a incorporarse. Sus
manos se metieron a través del bóxer, asiendo con fuerza las nalgas de Oscar.
Este, en silencio, se dejaba hacer, hacía
mucho tiempo, demasiado, que no experimentaba un momento tan cargado de
erotismo como aquel. No hacía falta decir nada... se respiraba el sexo en el
aire.
Entonces
Helena acabó de quitarle los pantalones y calzoncillos, para dejarlo desnudo
ante ella. El miembro, libre de su opresión, se elevaba erguido, desafiando a
la gravedad con su potencia varonil.
Oscar
fue bajando lentamente a Helena hasta la alfombra. Cuando la tuvo allí, tendida
y con su abanico dorado desparramado, continuó acariciándola. Pero ella no se
quedó en un papel pasivo, mientras lo besaba empezó a acariciarle el...
Fueron
interrumpidos por el sonido de un agudo timbre.
—¡No! ¡No! —gritó él.
Helena
empezó a juguetear con la lengua en su... La campanilla no dejaba de sonar,
cortaba el silencio que hasta hacía poco solo era interrumpido por gemidos.
—¡Mierda! ¡Mieeerdaaaa! —clamó, impotente ante la
interrupción—. ¡Ahora noooo!
—sollozó lastimeramente.
David de Pedro - La Revelación de Qumrán
La obra es extraordinaria. El estilo narrativo, los personajes, el tema y el lenguaje invitan a su lectura.
ResponderEliminarHola Anónimo,
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Siempre es agradable saber que tu trabajo gusta!