Buenas a todo el mundo,
Es curioso, si esto lo escribiera en un e-mail, estaría significando que me dirijo a unas cuantas personas de manera generalista... lo escribo en el blog, y adquiere un significado totalmente literal: HOLA A TODO EL MUNDO!!! Me agrada ver como cada vez se suman más países a la lectura del blog! La verdad es que es asombroso ver como podemos contactar estando tan lejos... la magia de la red.
Os comunico con alegría que La Revelación de Qumrán ha dado un pequeño saltito en la clasificación. También soy consciente que esta alegría seguramente durará un día, pero bueno, la posición 14 no está mal, no? Lástima que las ventas se centran sólo en España, de momento en los otros mercados no he conseguido inaurar el marcador!
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Os dejo un pequeño, pequeño aperitivo:
Capítulo Uno
E
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ra una noche de verano. La lluvia caía a cántaros,
golpeando con furia el cristal de su coche mientras él dormitaba. El asfalto
estaba inundado por charcos que reflejaban la luz que desprendían las
maltrechas farolas. Eran las dos de la madrugada y no se veía ni un solo transeúnte.
Las casas, sombrías, hacía rato que habían apagado su luz interior. Catorce horas después de que ella entrara, aún no
había detectado ningún movimiento. Sus huesos estaban entumecidos por el frío;
los riñones, doloridos después de tanta espera, se estaban empezando a notar. «Después de este servicio tendré que tomarme
un buen baño caliente», se dijo.
Él
era alto y corpulento, sus rasgos rudos le hacían parecer más viejo. A sus
treinta y cuatro años era aún un lobo solitario; prefería que las cenas
estuvieran acompañadas por una buena cerveza y un interesante partido de
baloncesto, y no aquellas maravillosas, enternecedoras e ilusas comidas
familiares que celebraban con tanta frecuencia sus compañeros de departamento.
Su pelo negro hacía juego con los ojos verdes, aunque en aquellos momentos
estaba revuelto y sudoroso, y le confería un
aspecto más bien decadente. El hecho de que las ojeras fueran pronunciadas y
que la barba le hubiera crecido en aquellos días de vigilancia, no favorecían
en absoluto a su ya de por sí descuidada imagen. Su vestuario se basaba
únicamente en unas botas negras con hebillas, un descolorido pantalón tejano y
una camiseta blanca y ajustada que dejaba entrever los musculosos pectorales
acompañados de velludos y poderosos brazos.
Por la radio habían dicho que el tiempo inestable se
mantendría durante el resto de la semana, para augurarle de esta manera que,
como no resolviera rápidamente el caso en el que estaba trabajando, lo pasaría
mal los siguientes días. De hecho ya lo estaba pagando desde hacía tiempo,
desde la vez en que vio cómo un hombre maltrataba a su hijo después de que le
volvieran a conceder la custodia que había perdido por malos tratos. No había
podido soportarlo y le dio tal paliza que tuvieron que hospitalizar al padre.
Sus compañeros intentaron justificar su comportamiento, de hecho todos sentían
repulsión hacia aquel hombre que ya había sido detenido varias veces y que
siempre había sido absuelto por falta de pruebas; pero el capitán, aunque lo
salvó de que lo echaran del cuerpo, se lo hizo pagar. Le dijo que no podía
aplicar su propia ley, y que volvería a sus inicios en la policía para que
recapacitara sobre su futuro. Estuvo varios meses entre los papeleos de la
oficina y las patrullas por la ciudad, para después empezar otra vez con casos
de investigación de poca monta. Y ahí estaba, una húmeda noche estival,
vigilando a una mujer que se dedicaba al robo y esperando a que le dieran casos
de mayor envergadura. Estaba releyendo por centésima vez la definición del
crucigrama que se había llevado para la espera cuando de repente le pareció percibir la apertura de la puerta.