Alfons Abulí es co-protagonista de mi primera obra. Arqueólogo, historiador y profesor, Alfons es un personaje carismático y entrañable sin pelos en la lengua. El siguiente relato une mis tres novelas: La revelación de Qumrán, 88, la nueva generación y la tercera que verá la luz a lo largo de 2015. Espero que lo disfrutéis.
Afons Abulí siempre había deseado ser
arqueólogo. Su carácter había influido mucho en el éxito de sus empresas.
Caótico y perseverante, Alfons no dejaba a nadie indiferente. La pasión que
demostraba por la historia cautivaba a sus contertulianos de manera
irremediable. Un día, después de realizar una conferencia en la Universidad de
Barcelona donde también ejercía de profesor, se le acercó Carol, una atractiva
reportera de curvas pronunciadas y de risa contagiosa. Charlaron sobre como los
historiadores manipulaban la realidad según las tendencias políticas y sociales
del momento y, debatieron sobre las diferentes vías que se podían utilizar para
intentar esclarecer unos hechos pasados en tiempos tan remotos. Alfons se
enamoró al instante tanto de su agudeza como de los largos y morenos
tirabuzones que le conferían aquel aire travieso y pícaro. El tiempo y los
hábiles rechazos de Carol hicieron que la relación se consolidara en una bella
y sincera amistad.
Aquel día Alfons se sentía
un poco melancólico. Estaba en su despacho de la universidad y tenía entre sus
manos el facsímil de una carta manuscrita de puño y letra del mismísimo
Carlomagno. Se la había regalado Carol como recuerdo de una aventura que los
uniría para siempre. En aquel momento el teléfono vibró. Tenía un mensaje
nuevo. Dejó aquel pedacito de historia con un suspiro y cogió el móvil con
cierta pereza. Al ver el nombre. Era de su amigo Iu, lo invitaba a una fiesta
en su casa. Al instante lo llamó:
―¿Sí?
―¡Jodido cabrón! ¿Ahora te
dedicas a organizar actos de sociedad? ―La inconfundible voz de Alfons tronó en
la pequeña habitación.
―¡Alfons! ¿Desde qué
teléfono me llamas? no lo tengo registrado…
―Este es el del despacho.
Tío, no sé si podré venir. En pocos días me voy a Japón y estoy liadísimo.
―Vamos hombre, ¡no
fastidies! Además tengo una sorpresa para ti ―provocó el matemático.
―¡No quiero volverte a ver
en tanga! ―advirtió entre risas recordando una fiesta en la que bebieron más de
la cuenta y acabaron intercambiando su ropa interior con la de las asistentes
femeninas.
―¡Calla, calla! ¡Dijimos que
no volveríamos a sacar el tema! No, esta sorpresa te encantará… Carol me ha
confirmado su asistencia.
―Hostias, si es así, no
puedo decir que no. Desde el jaleo de Qumrán, no la he vuelto a ver, ¿todavía
vive en Estados Unidos?
―Alterna entre Nueva York y
Girona. Desde luego no se le puede negar el mérito. Primero se mete con el Opus
Dei y luego con un grupo de extrema derecha, algún día se meterá en un problema
del que no sabrá salir. Si es que hay que tenerlos bien puestos…
―No me recuerdes a los de la
Iglesia. Pero sí, si una cosa tiene Carol es un par de huevos que no veas. ―La
admiración de Alfons por su amiga era evidente.
―Por cierto, ¿Has dicho que
te vas al lejano Oriente? ¿y qué se te ha perdido por allí?
―Me ha salido la oportunidad
de realizar una colaboración con el profesor Yûki Ishiguro.
―¿Es bueno?
―El mejor en arqueología
submarina. Es un privilegio poder colaborar con él.
―¿Y de qué va el proyecto?
―Oye, ¿tú eras matemático o
periodista? Cuando nos veamos en la fiesta ya te explicaré.
―¿Entonces vienes? ―preguntó
Iu con un tono esperanzado.
―¡Sí, pesado! Pero porque
viene Carol, ¿eh?
―Serás capullo… Bueno, pues
confirmado. Así me va bien para poner a buen recaudo el chocolate ―provocó a
sabiendas de la debilidad que sentía el arqueólogo por el cacao―. Hasta el
miércoles.
―Chao ―se despidió Alfons
antes de colgar. «Bueno, me parece que por hoy ya es suficiente».
En aquel momento un sobre se
deslizó por debajo de la puerta.
«¿Y esto?» pensó mientras se
levantaba extrañado y se dirigía a recoger lo que parecía una nota dirigida a
su atención. El mensaje, manuscrito, era tan escueto como misterioso. Este
decía:
“Estimado profesor Abulí, le
aconsejamos por su bien y el de sus seres queridos que, desestime su viaje
programado a Japón. De no ser así correrá la misma suerte que el señor
Ishiguro”.
―¿Pero qué cojones…? ―voceó
mientras abría la puerta con la esperanza de ver al que había depositado la
misiva.
Al no ver a nadie se dirigió
al portátil con la intención de enviar un correo electrónico a su colega nipón.
Su sorpresa fue mayúscula cuando vio en la bandeja de entrada un mensaje de
Natsuki, su ayudante. Lo abrió y de inmediato soltó:
―¡Hay que joderse!
El e-mail le informaba que
el profesor había sufrido un terrible accidente y que había muerto calcinado.
También le decía que aunque era una desgracia, el estudio continuaba su curso y
que su plaza, si quería, todavía se mantenía. Eran conscientes que uno de los
mayores alicientes era la colaboración con el profesor Ishiguro y que sin él,
la investigación perdía interés.
«El Opus no consiguió
amilanarme, y los hijos de puta supremacistas raciales tampoco consiguieron
hacerlo con Carol. No voy a ser menos que ella. ¡A tomar por culo!», pensó. «Si
creen que me pueden doblegar con amenazas, ¡lo tienen claro!»